CHUCHERÍAS
Dice mi esposa que gasto demasiado dinero en chucherías. Que a mi edad debería como mucho, estar comiendo pepinillos en vinagre, aceitunas o cebolletas. Sin embargo, yo sigo anclado en los lacasitos, bombones, conguitos, caramelos, peladillas, aspitos, chaskis, gominolas, y claro, también helados. Dice que soy como mi hija, que parecemos de la misma edad.
Es cierto, a mis años debería estar pensando más en comer otras cosas. Pero qué le voy a hacer. Si la infancia es comer todas estas chucherías, se podría decir que yo no tuve infancia. En mi Cuba natal no tenía acceso a la mayoría de estas golosinas, en su mayoría, dañinas para la salud, pero buenas para alegrarle la vida a un niño.
Nunca olvidaré que en mi primer viaje a España, mi mujer, sus amigos y yo, entramos a una tienda de golosinas. Dijeron que comprarían algo para picar. Todos se dirigieron a la zona de frutos secos y encurtidos. Yo no entendía nada. ¿Qué hacían estos comprando todas aquellas pipas y semillas de Dios sabe qué? ¿Por qué no miraban siquiera aquellas chucherías que a mis ojos parecían interesantes y dignas de ser probadas? Poco tiempo después lo comprendí. Ellos habían estado comiendo desde niños todas aquellas cosas que yo descubría ahora por vez primera.
Yo miraba y miraba y no era capaz de decantarme por algo en particular.
-Coge lo que quieras, me decían ellos.
Al final decidí comprarme un tubo de leche condensada.
Dice mi esposa que gasto demasiado dinero en chucherías. Que a mi edad debería como mucho, estar comiendo pepinillos en vinagre, aceitunas o cebolletas. Sin embargo, yo sigo anclado en los lacasitos, bombones, conguitos, caramelos, peladillas, aspitos, chaskis, gominolas, y claro, también helados. Dice que soy como mi hija, que parecemos de la misma edad.
Es cierto, a mis años debería estar pensando más en comer otras cosas. Pero qué le voy a hacer. Si la infancia es comer todas estas chucherías, se podría decir que yo no tuve infancia. En mi Cuba natal no tenía acceso a la mayoría de estas golosinas, en su mayoría, dañinas para la salud, pero buenas para alegrarle la vida a un niño.
Nunca olvidaré que en mi primer viaje a España, mi mujer, sus amigos y yo, entramos a una tienda de golosinas. Dijeron que comprarían algo para picar. Todos se dirigieron a la zona de frutos secos y encurtidos. Yo no entendía nada. ¿Qué hacían estos comprando todas aquellas pipas y semillas de Dios sabe qué? ¿Por qué no miraban siquiera aquellas chucherías que a mis ojos parecían interesantes y dignas de ser probadas? Poco tiempo después lo comprendí. Ellos habían estado comiendo desde niños todas aquellas cosas que yo descubría ahora por vez primera.
Yo miraba y miraba y no era capaz de decantarme por algo en particular.
-Coge lo que quieras, me decían ellos.
Al final decidí comprarme un tubo de leche condensada.
TADEO