Alice Ludvig estudió conmigo en la Universidad de la Habana. Llegó desde su Viena natal a compartir suerte con esa pandilla de locos que éramos los estudiantes de filosofía e Historia de la Universidad de la Habana por allá por el año 1993. Eso sí, creo que dio con gente a su medida, porque esta chica consiguió asombrarnos a todos con su manera de ser y su belleza tanto externa como interna, sobre todo esta última.
Un buen día llegó el vicedecano acompañado de la exótica estudiante y nos dijo:
-A partir de ahora, tienen nueva compañera de clases.
Nosotros, encantados. Los cubanos llevamos dentro esa hospitalidad que se nos sale del alma, así que enseguida nos volcamos con los que vienen de fuera, y mientras más de fuera vengan, pues más hospitalarios nos volvemos, jejeje. Ya se sabe que en Cuba un extranjero es visto como un dólar andante, pero quiero pensar que aún en muchos casos, esa hospitalidad se sigue brindando desinteresadamente, o por lo menos, con un porciento alto de desinterés, que no quiere decir que uno no sepa que "el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija·"
Recuerdo perfectamente cuando al terminar las clases todos nos fuimos a almorzar al "Machado" (¿se llamaba así?) el comedor de la universidad de la Habana. Luego, al regresar a la biblioteca para nuestro maratón de estudio, nos encontramos a la pobre Alice que no había comido prácticamente nada porque no tenía beca en la universidad y tenía que buscarse la vida.
Cuando nos lo contó, se nos partió el alma, así que enseguida nos volcamos con ella, y le dijimos como dirían los gallegos: "NUNCA MAIS".
Le dijimos que a partir de entonces, todos los días se vendría a almorzar con nosotros. Ella no sabía cómo iba a poder entrar al comedor, pues no tenía la tarjeta de comedor, necesaria para tal efecto. Entonces le enseñamos nuestra colección de tarjetas, unas verdaderas y otras falsas, las cuales utilizábamos para poder disfrutar de la posibilidad de comer en más de una ocasión, sobre todo esas veces en que nos quedábamos con hambre, o que se daba el milagro de que la comida estuviera más buena de lo normal, es decir, que hubiera pollo frito, o helado de postre, o algo así.
Al día siguiente ya estaba la austriaca comiendo con nosotros y disfrutando de la picarezca cubana. De todos modos habíamos hecho amistad con la mujer que marcaba la entrada al comedor. A veces nos miraba como diciendo: "¿y esta quién es?, o con cara de: "esta tarjeta es falsa", o "le han borrado la marca que le hice", pero la mirábamos con carita de hambre, y ella nos dejaba pasar casi siempre, eso sí, sin abusar.
También quisimos que Alice dejara de pagar los 180 dólares que pagaba por el alquiler de una habitación en una casa del barrio habanero del Vedado. Quisimos llevarla a vivir a nuestra residencia estudiantil, pero nunca la llegamos a convencer. Ya le teníamos preparado habitación y nos habíamos puesto de acuerdo para que nunca se quedara sin comer. Al final, ella consiguió un alquiler más barato, de unos 80 dólares al mes y allí se quedó.
No obstante, Alice también hizo lo suyo para que todos la quisiéramos y para robarnos a todos el corazón. Cuando terminó la primera semana de clases, aquel viernes ella nos dijo:
"Están todos invitados a una fiesta que daré en mi casa".
Nos quedamos sorprendidos, pero allí nos aparecimos y la pasamos de lo más bien.
Otra de las cosas que hizo Alice fue comprarse un diccionario de habla vulgar cubana y se puso a aprender toda aquella jerga, impropia dentro del ámbito universitario, pues eran expresiones más relacionadas con el idioma carcelario o de esos barrios más bajos.
Así que verla llegar y decirnos de pronto: ¡Qué bolá, asere! era para partirse de la risa.
Nunca se me olvidará que cuando terminó el curso me dijo que quería visitar mi ciudad natal. Le dije que sí, que podía ir, pero no me imaginaba que dos días después de llegar yo a mi pueblo, llegaría ella con otra amiga nuestra. Se pasaron en Trinidad un fin de semana y nos paseamos y nos divertimos mucho.
Hace poco volví a dar con ella a través de la red, y me ha mandado esta foto, que espero no le importe que la comparta con mis escasos lectores. Desde aquí, si es que por esos azares de la vida llega a leer estas páginas, le mando un beso grande con todo mi cariño y el de todos nuestros compañeros de la facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de la Habana, que nunca la olvidaremos.
TADEO