lunes, 8 de junio de 2009

EL BAHÍA


EL BAHÍA

Cuando llegué a La Habana dispuesto a hacer vida universitaria, iba con la idea de que me enviarían a la residencia estudiantil de 12 y Malecón. Eso me habían dicho en mi Trinidad natal, e incluso, había planificado encuentros con amigos que también esperaban ser albergados en la tan famosa residencia estudiantil del barrio de El Vedado.

Pues no señor. Al llegar a la Universidad y hacer la matrícula, me informaron que mi residencia estudiantil era nueva y que se encontraba en la Habana del Este. Se llamaba “Bahía”, por encontrarse enclavada en el barrio del mismo nombre. Pues allá me fui. Me dieron mi apartamento y pasé en aquel lugar 5 años de mi vida, los mismos que demoré en sacarme el título de Licenciado en Historia.

Hace poco encontré en la red esta foto y mirarla me trajo un montón de recuerdos, un montón de anécdotas y volvieron a mi mente muchísimos rostros de compañeros y amigos, de trabajadores de la residencia estudiantil y hasta de vecinos que andaban por allí sin tener nada que ver con la institución.

La residencia Estudiantil estaba formada por dos edificios paralelos con una nave central dividida en dos partes. Una de ellas era el comedor, y la otra, era la sala de televisión y de juegos. No es que fuera una maravilla en cuanto a condiciones materiales, pero no nos podíamos quejar.

El hecho de no ser tantos estudiantes, facilitaba las relaciones humanas. Éramos como una gran familia, a pesar de que convivíamos allí los estudiantes de dos facultades bastante diferentes entre sí: la facultad de Filosofía, Historia y Sociología, y la facultad de Lenguas Extranjeras.

En la residencia estudiantil de Bahía viví entre los años 1992 y 1996. Sus muros fueron mi refugio durante esos años más crudos del Período Especial. En sus mesas vi desaparecer paulatinamente los alimentos, al punto de llegar a tener alguna vez como menú, sólo arroz blanco. Recuerdo que en esos tiempos nos aficionamos a pedirle a los africanos y árabes, sus salsas picantes para que el arroz blanco supiera a algo.

Tal vez la desventaja mayor que tenía la beca de Bahía, era la distancia que se necesitaba recorrer para llegar a la Universidad de la Habana. En esos años en los que el transporte se convirtió en un infierno en la Habana, nosotros los estudiantes, teníamos que levantarnos bien temprano para poder llegar a tiempo a clases.

A veces llegabas sudado y apretujado en esos camellos que pasaban por La Habana del Este procedentes de Alamar, a veces tenías la suerte de conseguir atrapar alguna guagua de las que nacían allí mismo, y a veces alcanzabas montarte en alguna de las rutas procedentes del municipio de Guanabacoa.

En esos años yo probé todas las combinaciones posibles para llegar a la Universidad. Había veces en que no conseguía que las guaguas me llevaran hasta la misma universidad, y me tocaba caminar desde la Habana Vieja o desde Centro Habana hasta llegar a la colina universitaria. Luego, para regresar era la misma odisea.

Algunos años más tarde, la Universidad consiguió una flotilla de autobuses donados de no sé donde, y nuestro calvario cesó. Eso sí, no debería dejar de mencionar que antes de que llegaran las guaguas de donación, nos repartieron bicicletas a todos los estudiantes. Yo, que nunca había tenia una bicicleta en mi vida, tuve que ponerme a aprender a montarla, y creo que me aventuré un par de veces a llegar a la Universidad usando aquel medio de locomoción. Era divertido, pero un poco loco. Un mes más tarde, ya me habían robado la bicicleta, pero creo que fue lo mejor, porque mi vida corría peligro cada vez que cogía en las dos ruedas la avenida Monumental rumbo al túnel de la Bahía.

En la residencia estudiantil me pasó lo que a muchos: aprendí a compartir la cama con mi pareja. Fueron 5 años de dormir en apenas 30 cm de litera. Cada movimiento de tu pareja, te despertaba, a no ser que el cansancio fuera tanto que ya ni eso.

Volvimos a disfrutar de la experiencia de compartir con personas venidas de todo el país, y también de otros países. Aprendimos a sobrevivir y a adaptarnos a las condiciones de la Cuba de entonces y de todo eso salió esto que somos, unos seres singulares y con dotes especiales para relacionarnos con el prójimo en las más variadas situaciones. También construimos amistades para toda la vida.

Algunos como yo, ya no animamos con nuestra presencia la vida de la isla, pero todos, estemos donde estemos, seguimos guardando en nuestros corazones el recuerdo de los 5 años que compartimos como una gran familia y nos seguimos emocionando al ver estas imágenes, y nos seguimos buscando porque sabemos que en algún lugar del mundo tenemos personas que nos quieren y nos recuerdan con cariño, personas que a nuestro lado compartieron algo más que cama y mesa, y penurias y apagones, y alegrías y fiestas y tristezas y amores y viajes, y estudio, y en fin, la vida de universitario con todo lo que ella conlleva.

La última vez que pasé por la residencia estudiantil de la Universidad los trabajadores me recibieron con alegría y me invitaron a almorzar allí como si de uno más se tratara. Y los amigos que aún seguían allí, de cursos inferiores, me decían que siempre que visitara la Habana, en caso de no tener donde dormir, allí siempre iba a encontrar una cama y un plato de comida a mi disposición. Nunca dudé de ello.
TADEO