miércoles, 27 de febrero de 2008

HOLA NIEVE


HOLA NIEVE

“Yo no quiero morirme sin conocer la nieve”, rezaba un verso de un joven poeta cubano, y clamaban las almas de muchos allá en la isla caribeña. Quizás por eso, todo aquel que viajaba a un país frío, ya fuera definitivamente o por tiempo limitado, hacía de su encuentro con la nieve todo un ritual, y claro está, como hecho importante al fin, siempre se procuraba dejarlo inmortalizado en una foto.

Las fotos de conocidos tuyos disfrutando de la nieve, siempre resultaron impactantes para aquellos que las observaban en Cuba, “condenados” a no tenerla.
La expresión: “No quiero morirme sin conocer la nieve”, también se usó muchas veces como una forma velada de decir aquello otro impronunciable: “Me quiero ir del país”. Los cubanos siempre han encontrado maneras muy sutiles de decir las cosas.

En mi caso, nunca tuve amor por la nieve. A pesar de no haber puesto nunca un pie en un país frío, a pesar de nunca haber sentido entre mis dedos su textura, intuía yo que no me iba a gustar más que las paradisíacas playas caribeñas. Siempre me dije: “Si los que pueden elegir, escapan de la nieve, por algo será”. Pero como “al que no quiere caldo, le dan tres tazas”, aquí me tienen viviendo en un país donde chocar con la nieve no es para nada un imposible.

Un buen día mi mujer me dijo: “Vamos, te llevaré a conocer la nieve”. Subimos al monte y allí estaba, como esperándome. Nada del otro mundo. Era como lo había imaginado. Lo típico, una bola de nieve para aquí, una bola de nieve para allá, una foto en esta postura, otra de la otra, jugando con las posibilidades del blanco en su estado más puro. Luego, a casa presto a cumplir con el sueño de hacerle llegar aquellas fotos a mi familia para que me vieran en aquel paraje tan distante de su realidad, y que de algún modo sintieran ellos también que tocaban la nieve a través de mis dedos.

Las fotos nunca llegaron. Se perdieron. Parece que en correos alguien las vio y se enamoró de ellas. A lo mejor quien fuera, aún las sigue mirando de vez en cuando, las colocó en algún sitio visible de su cuarto, para en esas noches horrorosas de la isla, esas noches en que uno se acuesta en la cama y suda y suda y suda, poder soñar con esas bolas de nieve que en su día nos lanzamos mi mujer y yo, y tal vez, en medio de esa ensoñación, esa persona que robó lo que era mío, diga así para sus adentros: “Yo no quiero morirme sin conocer la nieve”.

TADEO

jueves, 21 de febrero de 2008

COINCIDENCIA DE FECHA DE NACIMIENTO


COINCIDENCIA DE FECHA DE NACIMIENTO

En el instituto preuniversitario donde yo estudié, existía una curiosa costumbre que consistía en hacer que se conocieran todas las personas que tuvieran la misma fecha de nacimiento. Como era un instituto inmenso, con matrícula para 4400 estudiantes, era muy común dar con alguien que coincidiera contigo en este aspecto.
Los amigos nos ayudábamos en esa búsqueda y así, cada vez que te encontrabas con alguien cuya fecha de nacimiento coincidía con la de alguna persona conocida tuya, compañera de clase, o por el estilo, enseguida le llevabas la noticia, y se propiciaba que esas dos personas se conocieran.

No sé qué sentido real tenía todo aquello. Tampoco sé si de esa costumbre de acercar a las personas nacidas el mismo día, nació alguna bonita amistad.

En mi caso particular, sí puedo decirles que tuve suerte. Un buen día se aparecieron mis amigos para decirme que habían encontrado a una chica que había venido al mundo el mismo día, el mismo mes y el mismo año que yo. Quedamos esa tarde para conocernos. Ambos teníamos curiosidad por saber quién sería la otra persona.

Por fin nos vimos. La chica en cuestión se llama Katy. Era una muchacha muy agradable, abierta, muy risueña, en fin, una mujer 10. Tenía un cuerpo bellísimo, como de escultura griega, así que no era de las que pasaba desapercibida. Tenía muchos chicos detrás, embobados ante sus encantos. Lo mejor de ella era que no era nada presumida ni vanidosa. Parecía que no se daba cuenta del embrujo que provocaba en aquellos que la rodeaban.
Como era de esperar, tenía novio, y su relación era de esas raramente estables. Sin embargo, eso no fue un impedimento para que mantuviéramos desde entonces, una bonita amistad.

Katy es de Santa Clara. Cuando salimos del instituto nos seguimos viendo, pues ella y yo "casualmente" matriculamos la misma carrera: "ingeniería industrial". Recuerdo que a finales del último curso del instituto, le di mi libreta de autógrafos para que me firmara. Esta era otra de las costumbres de los estudiantes cubanos por aquellos tiempos, llevarse en una libreta de autógrafos, la firma de nuestros amigos y conocidos.

Katy me sorprendió, porque escribió cosas muy lindas sobre mí en aquella libreta. Ahí me enteré de que la admiración era recíproca.

Katy, si algún día ves estas líneas, que sepas que no te olvido, que aquí tienes a tu amigo del alma, y que me encantaría que nuestros caminos volvieran a cruzarse para seguir teniendo cosas en común, aparte de lo que ya se sabe: el día de cumpleaños.

TADEO

PD: A falta de la foto de Katy, pongo la de Winona Ryder, que no nació el 28 de octubre de 1971, como Katy y yo, pero sí nació al día siguiente, el 29 de octubre de 1971.

martes, 5 de febrero de 2008

AJEDREZ, MI AMOR


AJEDREZ, MI AMOR

A la tierna edad de 10 años, una mujer me empujó a los brazos del ajedrez. Por aquel entonces, ya me sentía veterano y jubilado de la práctica del béisbol, deporte que había empezado a jugar a los 2 años de edad, como cualquier niño cubano.

Jugar al béisbol me gustaba, pero entrenarlo del modo en que me vi forzado a hacerlo, ya no me gustaba tanto. Me sentía cansado de aquella vida de deportista precoz, así que decidí abandonar la práctica del deporte de las bolas y los strikes, para relacionarme con aquel deporte sólo practicándolo como un juego más, pero estaba decidido a no volver a pisar el estadium del pueblo, a no ser para, desde el graderío, disfrutar viendo jugar a otros.

Desde ese día de mi jubilación beisbolera, empecé a quedarme en mi aula del colegio, con mi auxiliar pedagógica y el resto de los pocos chicos que no practicaban ningún deporte. Allí estábamos condenados al aburrimiento hasta las 4 y 20 de la tarde.

Mi cuidadora se aficionó a conversar conmigo. Me hablaba de su vida, o cosas por el estilo que ahora mismo no recuerdo bien. Sí sé que cada vez se apegaba más a mí. Cuando todos se iban, ella me pedía que me quedara para que la ayudara a organizar el aula, y poco a poco llegó a pedirme que la acompañara a su casa.

Con la edad que tengo ahora, se me ocurre pensar que tal vez esa chica me veía con otros ojos diferentes a aquellos con los que deben mirar una profesora a un alumno de 10 años. Yo no sospechaba nada raro. Ella en su casa me daba de merendar mientras charlábamos. Sin embargo, yo empecé a sentirme mal con aquel trato diferenciado, sobre todo porque llegaba a casa más tarde de lo acostumbrado.

Al contarle lo que me pasaba a un buen amigo de clases, él me recomendó que me escapara del aula, y me explicó cómo tenía que hacerlo. Me dijo: “Mira, cuando llegue el profesor de ajedrez, que es un poco despistado, le dices a la auxiliar que te vas a matricular en el área de ajedrez, así tendrá que dejarte marchar".

Así mismo lo hice. Ella me dejó marchar con cara tristona. Una vez en los predios de los ajedrecistas, no me matriculé nada, y me marché para mi casa. Así hice varios días, pero poco a poco me fue interesando el deporte de las 64 casillas. Mirando y preguntando, aprendí cómo se movían cada una de las piezas de este juego, y poco a poco empecé a echar las primeras partidas.

Un día, uno de mis amigos, le dijo al profesor, (para fastidiarme) que yo quería inscribirme en el área de ajedrez. Me inscribieron sin que yo dijera nada. Al mes estábamos jugando todos contra todos y gané una plaza para las competencias provinciales. Luego, unos meses después, fui al provincial de mi categoría inmediata superior. Para entonces, ya el ajedrez era para mí un verdadero vicio. Jugaba 5 y 6 partidas diarias y llegué a tener un nivel de juego bastante alto.

Cuando a los 11 años matriculé en la escuela vocacional Ché Guevara de Santa Clara, enseguida intenté matricularme en el área especial de ajedrez. Pero tuve la mala suerte de encontrarme con un profesor de baloncesto que me dijo que allí no matriculaban en ajedrez, que no había profesor de ese deporte. Me engañó vilmente procurando que me anotara en el deporte de los aros y los balones color naranja, pero lo mío era el ajedrez. Hasta del béisbol me había olvidado.

Al final me dije: “Si no hay ajedrez, no entraré en ningún otro deporte”, así que probé suerte en el mundo de la cultura, (todo valía para no ir a trabajar al campo por las tardes), y allí conseguí que un instructor de música me fichara para cantar en una orquesta. Allí me enseñaron a tocar los bongoes, y claro, cantaba, casi siempre formando parte de los coros, más que de solista.

No obstante, de vez en cuando echaba yo alguna partida y asombraba a muchos profesores y estudiantes de la escuela, pues ganaba mucho más de lo que perdía.

Un buen día me enamoré de una chica, y a esas edades la cosa pasa por impresionar a la dama que tienes entre ceja y ceja, y a mí no se me ocurrió nada mejor que impresionarla dándomelas de buen ajedrecista. Seguramente hablé más de la cuenta. Seguramente le dije que yo apenas perdía con nadie, y esa chica quiso hacerme tragar mis palabras, así que se puso a buscar por toda la escuela, un contrincante que me derrotara.

Era como un juego de poder. Yo iba venciendo uno a uno a aquellos chicos que me traía, ciego de amor por ella, pero un buen día sucedió lo inevitable. Perdí. A partir de entonces decidí, no romper con ella, pero sí con el ajedrez. Luego de recibir sus burlas, le dije que jamás volvería a tocar un tablero. Como buen Escorpio, lo cumplí casi a cabalidad.

Fue mi padre quien muchos años después me pidió que jugara una partida con un amigo suyo. A él le daba mucha alegría verme derrotar a sus amigos, así que cuando alguno se las daba de gran jugador, él (mi padre) que no sabía jugar nada de nada, y que jamás fue capaz de enseñarme a jugar al dominó, me echaba a pelear, tablero por medio, con sus amigos, y la verdad, es que nunca perdí con ninguno.

Hace muchísimo tiempo que no toco un tablero y ya no me atrevo. Nunca me gustó perder, y me escandalizo cuando veo cómo mi vista y mis reflejos para ese deporte, los he perdido casi totalmente. Sin embargo, estoy esperando que mi hija cumpla algunos años más para enseñarle a jugar. Parece que otra mujer, en este caso mi pequeña, me hará de nuevo desempolvar el tablero y las 32 piezas de mi olvidado ajedrez.

TADEO

MI AMIGO JORGE ANDRÉS XIQUÉS


MI AMIGO JORGE ANDRÉS XIQUÉS

Acabo de recibir esta foto de mi amigo Jorge Andrés Xiqués Beltrán, paseando feliz por las calles de París, la ciudad de la luz y una de las más hermosas de este mundo. Su felicidad me ha hecho feliz. Mirándolo en esta instantánea, me han venido a la mente un montón de recuerdos.
Xiqués y yo, fuimos profesores del Instituto Politécnico Agropecuario: Enrique Villegas, de Trinidad de Cuba. Este centro docente se encuentra situado en un pequeño poblado rural llamado “El Algarrobo”. Allí llegué a parar en octubre de 1996 después de terminar mi carrera de Licenciatura en Historia en la Universidad de la Habana. Me encontré con un claustro de profesores jóvenes (algunos más que otros) y un ambiente de trabajo que dejaba bastante que desear, y unas condiciones materiales pésimas. A pesar de todo, hoy evoco con cariño todo lo vivido allí.
Me llevé una experiencia inolvidable, y amistades duraderas como la de Xiqués o la de su hermano Otoniel, quien sigue viviendo allá en Trinidad, según creo y la de muchos otros.
Xiqués vive desde hace algunos años en España, y nos comunicamos habitualmente por mail. Él y yo somos dos de los tantos rostros que ahora sólo habitamos en el recuerdo impreciso de la ciudad que nos vio nacer.

TADEO

lunes, 4 de febrero de 2008

POMARES O POMARET


POMARES O POMARET

Hace poco me enteré de algo muy interesante. Mi familia, a pesar de tener el apellido Pomares, y de ser oriundos de Trinidad de Cuba, no están emparentados con la línea genealógica de los primeros Pomares de la ciudad. Ya desde los primeros años del siglo XVIII se pueden encontrar Pomares en Trinidad, como el caso del portugués José Valentín García Pomares natural de Lisboa, quien echó raíces en esa ciudad, al igual que su descendencia.
Sin embargo, yo siempre escuché decir en mi casa, que el padre de mi tatarabuelo era de apellido Pomaret, y que en tierras de habla hispana, lo castellanizaron como Pomares, pero que los suyos eran de descendencia francesa.
Mirando en el mapa de Francia, me he encontrado que el nombre Pomaret, se encuentra al menos en 8 sitios diferentes, de lo que puedo inferir, que jamás sabré de dónde proceden mis antepasados.
Pomaret vienen del francés pommes (manzana), así que del mismo modo que sucede en España, este apellido, u otros similares, deben ser bastante comunes. Tenemos, Manzano, Manzanares, etc.
Lo más curioso de todo esto es que hace poco se presentó en mi casa en una sesión espiritista mi bisabuelo Eligio Pomares, o Pomaret. Nunca se había manifestado, así que fue para toda la familia una gran sorpresa. A partir de entonces, mis pasos me acercan a Francia. Se nos ha presentado un viaje a París dentro de un par de meses, y llegan a mí fotos de Pomaret Village, y recibo información sobre el apellido, en fin. ¿Será todo esto una casualidad, o mi bisabuelo estará empeñado en que conozcamos los de la familia, un poco más de sus antepasados?

TADEO