jueves, 23 de octubre de 2008

CHUCHERÍAS


CHUCHERÍAS

Dice mi esposa que gasto demasiado dinero en chucherías. Que a mi edad debería como mucho, estar comiendo pepinillos en vinagre, aceitunas o cebolletas. Sin embargo, yo sigo anclado en los lacasitos, bombones, conguitos, caramelos, peladillas, aspitos, chaskis, gominolas, y claro, también helados. Dice que soy como mi hija, que parecemos de la misma edad.

Es cierto, a mis años debería estar pensando más en comer otras cosas. Pero qué le voy a hacer. Si la infancia es comer todas estas chucherías, se podría decir que yo no tuve infancia. En mi Cuba natal no tenía acceso a la mayoría de estas golosinas, en su mayoría, dañinas para la salud, pero buenas para alegrarle la vida a un niño.

Nunca olvidaré que en mi primer viaje a España, mi mujer, sus amigos y yo, entramos a una tienda de golosinas. Dijeron que comprarían algo para picar. Todos se dirigieron a la zona de frutos secos y encurtidos. Yo no entendía nada. ¿Qué hacían estos comprando todas aquellas pipas y semillas de Dios sabe qué? ¿Por qué no miraban siquiera aquellas chucherías que a mis ojos parecían interesantes y dignas de ser probadas? Poco tiempo después lo comprendí. Ellos habían estado comiendo desde niños todas aquellas cosas que yo descubría ahora por vez primera.

Yo miraba y miraba y no era capaz de decantarme por algo en particular.
-Coge lo que quieras, me decían ellos.
Al final decidí comprarme un tubo de leche condensada.

TADEO

jueves, 16 de octubre de 2008

YOVANY MARRERO


YOVANI MARRERO

Gracias a la magia de Internet, este sistema maravilloso de interconexión entre los seres humanos, me encuentro observando a mi amigo Yovani Marrero, bebiéndose una cerveza supongo que allá en Altea, Alicante, España, donde según me ha dicho, vive en estos momentos.

Se le ve bien, y ver bien a los buenos amigos es siempre un auténtico placer, un placer comparable a ese que refleja su rostro mientras la más refrescante de las bebidas alcohólicas penetra en su cuerpo con esa espumeante vocación de saciar la sed y de alegrar el alma.

Yovani y yo nos conocimos en la Universidad de la Habana. Por su aspecto y su manera de hablar, más propia de un pueblito cubano que de una gran urbe, no sospechábamos que dentro de este mulato de facciones finas se encontraba un alma delicada y sensible.

Primero nos sorprendió con eso de que estudiaba Filosofía, no Medicina o Derecho, como es propio en Cuba de los hijos cuyas familias antes de la Revolución no eran precisamente adineradas, sino una de las carreras más selectas de las que se pueden estudiar en Cuba.

Luego nos volvió a sorprender con aquello de que lo habían aceptado como cantante en el coro de la Universidad de la Habana. Nos dijo que no había cantado nunca, pero que al parecer, la instructora de canto había descubierto en él posibilidades sacando un hermoso registro de su voz quizás más grave de lo normal.

Pues nada, aquí lo tenemos, y ojalá que esta entrada sirva para dar fe de su existencia y de su presencia en mi vida y en nuestras vidas. Si alguno de nuestros amigos de la facultad de filosofía e historia, o de la residencia estudiantil de la Universidad, más conocida como “El Bahía” pasa por aquí, no se olvide de dejar constancia de su visita. Tal vez sea una buena manera de que poco a poco nos vayamos reencontrado todos otra vez.

TADEO