EL ALMA MATER

Llueve sobre las escalinatas de la Universidad de la Habana. Llueve y el rostro del Alma Mater, es decir, de esta dama de bronce con los brazos abiertos, se lava el rostro. Yo, guarecido junto a las columnas grecolatinas del rectorado, miro a lo lejos pasar los autos en esta ciudad única que es la Habana.
Aunque el Alma Mater tenga los brazos abiertos. No todo el mundo podía entrar a estudiar en la Acrópolis Universitaria. Formar parte de ese selecto grupo de estudiantes era una verdadera suerte, pues estamos hablando de la más emblemática de las universidades capitalinas, y por tanto, de la más emblemática de las universidades cubanas.
Cinco años de mi vida transcurrieron entre esos muros. Años inolvidables que me sirvieron para madurar y para apropiarme de algunas de las armas con que hoy intento seguir adelante con mi vida.
Llevo conmigo el recuerdo de muchísimos amigos que me acompañaron en dicha andadura, y un millón de anécdotas. Tampoco olvidaré a mis admirados profesores, en muchos casos, grandes intelectuales que supieron brindarnos, aparte del conocimiento y sus experiencias, también su amistad.
Vienen a mi mente los nombre de Enrique Sosa, Ángel Pérez Herrero, Gustavo Dubouchet, Sergio Guerra, Alberto Prieto, Leonor Amaro, Teresa Muñoz, Irene Susco, Liliam Moreira, Arturo Soregui, Digna Castañeda, Diana Abad, Oscar Loyola, entre otros muchos.
Y qué decir del piquete de amigos: Pedrito Cubas, Arturo Pedroso, Yohana Hernández, Alina Hernández, Ivette Esperón, Damaris Cruz, Lisdey Pérez, Abelito, Carlos Rodríguez, el venezolano, Salvador Robínson, el peruano, la China Tamara, Yanara, la china Maribel Ramos, Lisset Márquez, la negrita Iyaima, Damián, El Porqui, Eduardo, Ariel, Violexis, en fin, para todos ellos también un abrazo y un millón de besos.

TADEO