martes, 17 de abril de 2007

LOS ESCLAVOS


Aquella mañana llegaba a mi trabajo como de costumbre. Era profesor de un instituto preuniversitario, un profesor joven, recién graduado, y ya sabemos como te comen tus alumnas con la mirada. Esas chicas de entre 15 y 17 años, para quien más que su profesor, eres sobre todas las cosas, un referente masculino.

Una de ellas, seguramente la líder del grupo, se me acercó intentando entrar en confianza y me dijo:

-Profesor, debería preocuparse un poco más por lavar sus zapatillas deportivas, pues están un poco sucias y eso no se ve bien.

Si uno es profesor, y sobre todo, si es profesor de filosofía, debes saber que necesitas respuestas para todo. No luce nada bien que te dejen indefenso, así que como buen hijo de la diosa Sofía, tenía una respuesta preparada para este tipo de sugerencia referida a mi higiene personal:

-Mire alumna, mis zapatos son mis esclavos. Los tengo porque me sirven, porque me son útiles. Yo nunca seré esclavo de mis zapatos. No voy a vivir para estarlos limpiando constantemente. Tengo cosas más importantes a qué dedicarle mi tiempo.

Al día siguiente y desde entonces tuve que escuchar a mis alumnas comentar:

-“Por ahí viene el profe con los esclavos”.


TADEO

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